Si hablamos de las mayores vías ferroviarias del mundo,
parece casi obligado contrastar dos que nada tienen que ver entre sí, una
moderna y otra clásica, una casi futurista y tecnológica y otra que evoca
tiempos mucho más duros y románticos. Porque no hay línea férrea más larga que
el Transiberiano, con sus casi 10.000 kilómetros de extensión que hacen
palidecer los de otros grandes trayectos por tren, como por ejemplo los 2.000
kilómetros del también mítico Orient Express. Pero si hablamos de una vía de
alta velocidad hay que coger una máquina del tiempo y viajar hasta nuestros
días y hasta China, donde está el trayecto
más largo del mundo, con 2.298 kilómetros de extensión.
Esa distancia es la que separa la capital china, Pekín, de
la ciudad comercial y centro económico de Guangzhou. Antes de la inauguración
de la línea de alta velocidad había que emplear 22 horas en moverse de una a
otra. Ahora, ese tiempo ha quedado reducido a ocho horas. El tren alcanza una
velocidad media de 300 kilómetros por hora y elevó hasta los 9.300 kilómetros
la extensión de los recorridos de alta velocidad en el país. China pretende
llegar a los 16.000 kilómetros en 2015 y nada menos que a los 50.000 en 2020,
con la culminación de cuatro ejes que conecten Pekin con el norte, el sur, el
este y el oeste del país.
Y es que la idea es construir una gran industria nacional
ferroviaria basada en este proyecto. Para ello, no ha escatimado en contactos
internacionales que transmitan su saber a los ingenieros chinos, ya que se ha
contado con la participación de las grandes empresas del sector de todo el
mundo, desde Siemens a Alstom pasando por Kawasaki, y se han importado los
raíles desde países como Venezuela o Turquía. La línea se inauguró 26 de
diciembre de 2012, fecha escogida para que coincidiera con el cumpleaños de Mao
Tse-Tung, aunque el primer tren con pasajeros no circuló hasta el 8 de enero de
2013. Las fechas se cumplieron a pesar de algunos contratiempos, como el
derrumbe de parte de la línea por las lluvias torrenciales de marzo de 2012 o
el choque de dos trenes en 2011 que se saldó con 40 muertos.
Qué lejos quedan los tiempos en los que se construyó el
Transiberiano, la línea férrea más larga del mundo, que une Moscú con
Vladivostok. Un total de 9.288 kilómetros de vías que conectan la capital del
antiguo imperio soviético con la costa rusa del Océano Pacífico. Para tener una
idea de la vasta extensión que cubre, basta decir que el viaje de principio a
fin dura siete días y que cubre hasta ocho zonas horarias diferentes. En
realidad, son tres los trayectos que cubra esta mastodóntica obra: el
Transiberiano (es la línea principal, la que une Moscú con Vladivostok), el
Transmanchuriano (que llega hasta Chitá después de pasar por Pekín) y el
Transmongoliano (cuya última parada es Ulan Ude, capital de la república rusa
de Buriatia).
Hay que retroceder a la primera mitad del siglo XIX para ver
los primeros pasos de la construcción del Transiberiano, y se hizo de una forma
que hoy sería impensable, empleando el trabajo de prisioneros y campesinos, que
perdieron la vida a miles debido a las duras condiciones de las inhóspitas
zonas que recorre, desde los bosques de Siberia a los bordes del desierto de Gobi.
La inmensa obra se llevó a cabo en ocho grandes etapas que respondieron a los
enormes retos que planteaba la orografía, como los raíles que sortearon el lago
Baikal, en cuyas labores los trabajadores tuvieron que emplearse colgando de
acantilados. La inauguración tuvo lugar el 21 de julio de 1904, más de un siglo
antes de que lo hiciera el moderno tren bala chino que une Pekín y Guangzhou.
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